Así como el camaleón se mimetiza con su entorno, el secreto para sobrevivir en la ciudad es adaptarse a ella y dejarse inspirar por los elementos que la componen: tuberías, edificios, smog, cables, desechos… todos ellos forman parte del paisaje urbano.
Tras la Revolución Industrial, en un intento de búsqueda de nuevos espacios, amplios y más baratos, los artistas e inmigrantes neoyorkinos de los años 20 se inclinaron por deterioradas fábricas y almacenes en desuso como opciones de vivienda. Ellos, en vez de demoler la esencia restante de estos lugares, comenzaron a abrazar su crudeza y a construir todo un estilo alrededor de ella.
El estilo industrial va íntimamente ligado a la estética loft. Se caracteriza por dejar al descubierto elementos de la estructura del edificio, tales como los ladrillos de las paredes, las vigas del techo o la instalación eléctrica. Hierro y acero, a los que se suma la madera, son materiales indispensables para su composición. Todo en estado puro: cuanto más se vea el paso de los años, mejor. El mobiliario luce líneas rectas, mientras que la paleta de color se decanta por tonos neutros a oscuros.
Desgastado, desnudo, desinhibido y falto de delicadeza, este estilo forma parte del ADN de las grandes urbes.
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