Ser
provinciana es una forma de vida. Desde el momento en que abandonas la
comodidad de tu pequeña ciudad y emigras a la capital, ya sea por obligación o
por decisión propia, tu vida cambia completamente. No sólo porque te enfrentas
a la ciudad más importante del país, sino también porque adoptas la filosofía
del provinciano en la capital: tienes
una extraña relación de amor-odio hacia esta ciudad y ves con nostalgia la
localidad de la que provienes.
“Provincia”
(del latín provincia) se refiere a la
ciudad de un país que no es su capital. Por lo tanto, escuetamente, en México habemos 111’949,000 provincianos
contra sólo 8’851,000 capitalinos. Sin embargo, el término “provinciano”
también posee una connotación negativa, haciendo referencia a la carencia de la
urbanidad y modales propios de la gran ciudad. Somos considerados “rústicos”, por así decirlo.
Lo
mismo sucede con el término “chilango”, gentilicio coloquial (por cierto,
acuñado en mi Estado, Veracruz) de los habitantes del Distrito Federal, muchas
veces conocidos en el interior de la República como agresivos y arrogantes.
La
realidad es que, en la Ciudad de México, he dejado de ser “de Orizaba,
Veracruz” para ser simplemente “de provincia”… porque los defeños sólo reconocen su ciudad y las demás pasan a ser
genéricas. Pero está bien. Ser
provinciana en la capital implica no poder salir sin un mapa, pero maravillarte
a diario por la gran variedad de actividades y rincones que ofrece la capital.
Significa tener que levantarte 3 horas antes de lo normal para llegar a tu
trabajo, pero estar agradecida porque tienes
un trabajo que en tu pequeña ciudad no tenías. Y también significa que sabes
lo que es conducir de buen humor, vivir a 5 cuadras del mar y respirar aire
puro, llegar sin miedo a tu casa a las 4 de la mañana, o disfrutar el día en
vez de perderlo en el tráfico. ¿No anhelan eso los chilangos?
Quizás,
solo quizás, el país no está dividido en
chilangos abusivos y provincianos ingenuos… Tal vez somos las mismas criaturas asustadas e indefensas cuando estamos fuera de nuestro hábitat natural.
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